viernes, 5 de febrero de 2010

La felicidad

La Felicidad. Felicidad material, efímera, caduca, errante, marchita, puta. La estuve buscando días y noches. Probé elixires que prometían presentármela, traté de evadirme con drogas de toda clase, gasté mi dinero a cambio de placer. Pero no es lo mismo una vida epicúrea que una vida feliz. La primera te acaba matando, la segunda no estoy tan seguro. Anduve por calles y plazas de distintas ciudades, distintos países y distintas culturas, pero comprobé que todo está hecho de la misma mierda. Cosa de humanos. Tenemos la maravillosa capacidad del pensamiento, y solo pensamos en como jodernos los unos a los otros. Que triste es eso. La felicidad no existe, se la han inventado. Cada vez estoy más seguro de ello. Aunque me consuela pensar que aun me quedan caminos por recorrer, lugares por explorar y personas por conocer. Quizá un día me tope con ella en algún lugar lejos de esta pocilga. Esta puta mierda apesta como una alcantarilla. Mis días se pudren y son comidos por los gusanos, como un carnero muerto en mitad del monte.
Ayer llamaron a mi puerta. Tuve la esperanza de ver aparecer a la mujer de mi vida, pero cuando abrí me encontré a dos tipos. Uno viejo y otro joven, trajeados y muy sonrientes. Yo iba en calzoncillos con una barba de dos semanas y apestaba a sobaco. No entendía esas putas sonrisas. - ¿Eres feliz? Me preguntó el más joven de los dos. Me paré a pensar. Metí la mano derecha dentro de mis calzoncillos y me rasqué las pelotas. La izquierda la apoyé en el marco de la puerta. - ¿Y usted, es feliz? Contesté con otra pregunta al cabo de unos segundos. - ¡Claro! Dios me da la felicidad. Dijo el joven sin perder su estupenda sonrisa. Realmente parecía feliz. – Toma hermano. El más viejo extendió su brazo ofreciéndome un panfleto lleno de colorines e ilustraciones religiosas. Saqué la mano de las pelotas, cogí el panfleto, lo miré un par de segundos y lo tiré sobre el felpudo de la entrada. – Váyase a cagar hermano. Soy ateo y además he pecado demasiado, Dios no me dará la felicidad a estas alturas. Cerré la puerta de golpe y volví a mis asuntos. Quizá fui algo duro con ellos, pero no tenía un buen día. Esos cabrones sonrientes me dejaron mosqueado. Parecían felices de verdad, pero quizá solo era el disfraz, la máscara, el maquillaje que les cubría su verdadero rostro de dolor. Seguramente la vida de esos tipos era tan sumamente triste y solitaria que un día decidieron hacerse amigos de Dios y donar todo su dinero y posesiones a la causa. Putos paletos. Pensé.
Recuerdo que un día hace años decidí atravesar mi pezón izquierdo con un maldito hierro. Piercing lo llaman. La verdad que ese día me sentía de puta madre con aquella mierda colgando de mi pezón. No se muy bien porque cojones lo hice, quizá por aburrimiento, o porque pensaba que así follaría más. En definitiva para sentirme un poco más “feliz”, supongo. Vaya capullo. Lo único que conseguí fue tener un pezón del tamaño del puño, porque aquella mierda se infecto. Quiero decir con esto que a veces hacemos cosas realmente estúpidas para sentirnos mejor, y no solo es el hecho de ponerse un piercing. No tengo nada en contra de la gente con piercings, cada cual es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo. Pero una chica que se clava un hierro en la lengua no lo hace para estar más guapa, creo que eso es evidente. Se lo ha hecho porque está tan falta de cariño que no duda en causarse dolor a sí misma para ir anunciando lo bien que puede chupar pollas. Sí es un tío… es que es marica o gilipollas, con todo el respeto del mundo a los maricas y a los gilipollas. Se que quizá suene muy duro, pero hoy no tengo un buen día. Todos cometemos este tipo de errores, sobretodo en la abrumadora idiotez de la adolescencia. Lo malo es que algunos no espabilan nunca y pasan toda su triste vida intentando ser felices aferrándose a las modas y consumiendo todo lo que les intentan vender. Yo me quité el piercing y mi pezón se recupero. ¿Y la felicidad? La felicidad se la han inventado.